sábado, 31 de enero de 2009

23.Ene

Torres de vajilla que salieron volando el jueves 8 de enero en Chubascos.


Es la 1 y 20 de la tarde. Justo la misma hora en que hace dos semanas viví el terremoto.
Hasta la palabra me suena a exageración.. Y es que puedo decir que sentí un temblor, luego otro, luego otro…pero cuando digo: sentí un terremoto todavía me suena medio irreal. Ni sé.
No me he puesto a repasar el momento.
Voy a intentarlo, porque lo necesito.
Me fui yo ese jueves 8 de enero para Chubascos porque necesitaba revisar la contabilidad del restaurante. Había pasado todo el fin de año en Montezuma, en la playa y sabíamos que el negocio se había movido bien. Hubo bastante clientela llegando allá durante los días que mantuvimos abiertos.

Y es que imagínense el lujo. Tener un negocio de alimentos y bebidas, y que en las fechas de fin de año uno pueda irse a descansar, de vacaciones, mientras el negocio sigue abierto atendido por el personal, y que la gente a uno le cuente que la comida estuvo rica, que la gente estaba atendiendo bien. ¿ Cuál dueño de restaurante puede darse ese lujo?

Pues ese lujo nos lo dimos Inti, Lucía, Camilo y yo. Los cuatro dueños de Chubacos. Allá Carlos y todo el personal sabía que hacer. Carlos es el administrador y el resto de los empleados y empleadas : Mayra, María Isabel, Alina, Luis, Héctor, Julio, Maribel, Lourdes, Margoth, Max, Steven, Lorena, Katia, Francis, Ana Eugenia, Yensi, Teresa, Gineth, Henry y Luis saben siempre qué hacer y lo hacen bien. No son perfectos. No. Pero tienen puesta la camiseta de Chubascos. Son un equipo que funciona. Y el fin de año funcionó y muy bien. ¿ qué significa eso? Buenos ingresos, buenos salarios, más dinero para mejorar las instalaciones y equipos, más propina para todo el mundo ( los saloneros la comparten con la cocina), más satisfacción. Orgullo propio. Autoestima.

Entonces el jueves subí a hacer cuentas para ver cuánto de utilidades podíamos sacar los socios. La cuesta de enero nos anunciaba necesidades y bueno…para eso tenemos un negocio. Llegué , saludé a los que estaban ese día: Carlos, Lorena, Alina, Katia, María Isabel, Luis y Mayra. El saludo como siempre: “Felíz Año”, un beso y un abrazo. Ahi me contaron lo cansados y cansadas que estaban pero con la satisfacción del deber cumplido.

Me acompañó Carlos Luis con dos de sus amigas, Jimena y Ana Lucía, que por primera vez visitaban el lugar. Mientras ellos se sentaban a almorzar, Carlos el administrador, y yo conversábamos en una mesa de la terraza sobre unas fotos que yo le había tomado a las comidas….ahí iba yo, día por día, revisando los ingresos, las cuentas por pagar, que estuvieran hechos los depósitos…..y bueno, iba por el 18 de diciembre cuando, frente a esta misma compu de la que escribo, comencé a sentir un temblor.

Generalmente no les hago caso. No me dan miedo los temblores. Bueno, mejor corrijo: no me DABAN miedo. Porque yo siempre los había sentido y esperaba expectante que pasaran. Nada más. He sentido muchísimos. En Costa Rica tiembla bastante. Entonces eso intenté hacer esta vez, pero aquello era rarísimo, cada vez más fuerte. Yo llegué a sentir movimientos horizontales y verticales, como de brincos hacía arriba. Luego las aspas de los ventiladores todas torcidas nos confirmaron que en algún momento habían pegado en el techo. Nunca vi nada igual.
Lo cierto es que salí corriendo para la zona verde, la salida más próxima eran unas gradas que no se usan y que están llenas de macetas, y por eso también de musguito por la humedad…por allí rodé, porque me caí, me volví a levantar, me volví a caer. Recuerdo que en esas fracciones de segundo pensaba que dónde estaría Carlos Luis. Por suerte no habían bajado al río. ( nadie en Chubascos desde ese día se ha atrevido a bajar hasta allá, un temblor allá abajo….Ni quiera Dios!)
En la zona verde…todos nos íbamos juntando, incluso los grupos de clientes que estaban allí, que estaban divididos en tres mesas, todas de la terraza, por dicha.

Allí ya me abracé con Charlie y las chiquillas…con las empledas, con Carlos, con todas. Con afán de tranquilizar a las que lloraban asustadas me acerqué a una monja que venía con una familia, con su hábito todo chorreado de frijoles. “Por dicha esta señora está aquí con nosotros, para darnos paz” fue lo que se me ocurrió decir y traté de hacer un círculo con ella, abrazarnos a ella, pero la monja no se dió por aludida, estaba tan asustada como el resto, nos ignoró y se puso a rezar uno de esos rezos que más atarantan que consuelan o tranquilizan. Ella estaba con su familia. No con nosotros.

Katia se sostenía el brazo que sangraba, era urgente atender eso. Saliendo de la cocina le había caído un vidrio . Alguien trajo un mantel y con eso intentábamos pararle la hemorragia….Recuerdo que Luis corría y Carlos intentaba llamar una ambulancia. Los teléfonos no servían. Estábamos demasiado atarantados. Lorena gritaba “mis chiquitos, mis chiquitos”, Alina con los ojos pelados. Alguien recordó que Héctor andaba viendo la paja de agua arriba del río, por el cauce y nos preocupó mucho…vimos desplomarse unos árboles en la colina del otro lado del río. María Isabel cogió su moto y se fué para su casa desesperada para ver cómo estaba su chiquita. Luego supimos que tuvo que dejar la moto botada ( le pidió a un señor que se la cuidara) y tuvo que seguir entre derrumbes a pie. Por dicha ella no tuvo problema en su casa.
Fueron momentos de angustia. Minutos. Ni sé cuántos….comenzamos a tomar decisiones. Mientras tanto volvía a temblar a cada rato. Era vital sacar a Katia, y con ella , que se fueran las que pudieran para su casa. La angustia de las madres era saber cómo estaban sus hijos. Yo pensaba en mi hermano Manuel y su familia, que yo no sabía que no estaban en Jaulares. Igual en mi otro hermano, Camilo, que me habían contado que había subido temprano de paseo con sus suegros y toda su familia…andaban de paseo, no sabíamos bien dónde.
Carlos se las llevó en mi carro. A la vuelta supimos que estábamos encerrados entre derrumbes, que no había salida ni por arriba ni por abajo, que no había paso hacia Jaulares ni hacia Dulce Nombre. Carlos pudo llegar hasta poquito abajo. Allá dejó a Katia que por dicha vivía cerca. Luego supimos que la pobre llegó a su casa herida para encontrarse con que todo allá lo había perdido. Mayra se quedó con nosotros. Tenía claro que no podía bajar mucho y si se iba tendría que seguir sola, quien sabe cómo hasta Alajuela.
Los vecinos de enfrente llegaron para resguardarse de los temblores que seguían. Seguía temblando a cada rato. Ya con el temblor como número siete yo comencé a tener miedo. Pero fui cuidadosa de no evidenciarlo. De alguna manera me tocó ser capitana de aquel barco…mantener el orden y la tranquilidad. No podía ponerme loca ni atarantada yo.
Aún así todo lo recuerdo muy caótico, las líneas estaban super saturadas. A veces nos lográbamos comunicar y al momento se cortaba. Mientras tanto nos acercamos para ver qué había pasado en el restaurante. Pero cada vez que entrábamos volvía a temblar y sonaba terrible y nos daba miedo. Por suerte teníamos un avisador. Un perrito que de repente ladraba y entonces nos quedábamos esperando y temblaba. El sentía cuando se venía otro movimiento. El gringo me pedía vino, yo le decía que cogiera. Se tomó 4 botellas y me puso 40.000 colones en el bolso. No permitía que yo no le cobrara. La monja queria algo de tomar, yo le decía que si ella se atrevía a entrar fuera y cogiera lo que quisiera….que ya el chinamo estaba cerrado. Nadie quería entrar al local. En la zona verde nos sentíamos más seguros, porque es planita y grande.
Aún así, Carlos fue y me trajo la compu, Charlie me sacó el bolso y la jacket….pero igual les pasaba, estando adentro volvía a temblar y salían corriendo de nuevo para afuera. Así fuimos sacando agua, un cheese cake porque teníamos hambre, una botella de rompope….ya ni me acuerdo qué más. La monja antojada de todo nos venía a pedir y eso que ya había almorzado. Con semejante menú a mi al ratito me cogieron agruras.
Por la gente que pasaba , por teléfono y por la radio nos fuimos dando cuenta primero la de los derrumbes. Los vecinos pasaban informando y preguntando si todo estaba bien. Se comenzaba a sentir esa solidaridad que se desata en las tragedias. Decenas de personas bajaban apuradas por la carretera sin decir nada. Solo nos intercambiábamos miradas de consuelo….todo el mundo quería regresar a su casa. Muchos y muchas llegaron a encontrar todo destruído. Tanta gente humilde afectada. Eran los trabajadores y trabajadoras de las fincas de helechos de arriba de Jaulares que tuvieron que caminar bastante y sortear un enorme derrumbe sobre el puente para avanzar.
El gringo y sus acompañantes se tomaron cuatro. Tomaban y tomaban y eso les permitió pasarla bien. Las chicas recogían flores de los floreros quebrados y nos las repartían. A alguna gente nos hacía gracia , a otra no.

Una familia protegía a sus niños. Ellos se portaron muy tranquilos. Otra pareja también.
Pero una señora gritaba totalmente histérica y fuera de sí. Le pedía “Al Señor” que parara aquello y no se ensañara tanto con ella. Todo lo que gritaba partía de una relación única entre ella y Dios, quien a su entender era quien estaba moviendo la tierra a su antojo como viejo caprichoso. “No me hagás esto”, “¿ por qué me haces esto, Señor” “No lo soporto” , era terrible, no solo por los gritos que pegaba. Pobrecita. Sino por esa actitud como del centro del mundo, como si nadie más que ella sufriera o estuviera asustada. “Es que es operada del corazón”. Su familia nos explicaba preocupada pero con ganas de darle una cachetada para que parara aquello. Yo misma, con cariño y abrazándola le pedí que por favor no hiciera más eso, que estaba asustando a los niños y a las niñas, que nuestro deber como adultas era protegerlos a ellos, que se tranquilizara porque los niños merecían ese espectáculo. No hubo manera. Ella paró sus gritos cuando quiso. Fue desesperante, no sé si más que los temblores. Gritó y lloró como loca como por dos horas.
Mientras tanto todo el resto de las personas estuvimos ecuánimes y con bastante serenidad.
Ximena y Ana Lucía se pusieron el Ipod para oír música…cantaban y bailaban para tranquilizarse. La verdad las chicas estuvieron muy valientes y Carlos Luis también. Se acercaron a los niños, se sentaron con ellos, hicieron puñito para entretenerlos. Así pasamos como unas 2 horas, hasta que se iba haciendo tarde.
Antitos ya nos había llegado la noticia de las tres niñas muertas de la zona. Las dos vendedoras de cajetas que apenas el día anterior habían estado en Chubascos y la otra niña que se había quedado en su casa, en un precario que sufrió mucho daño por cuanto las casas fueron construidas en un camino publico entre dos taludes de tierra…al desplomarse la tierra cayó sobre las casitas, muy probremente construidas. Allí vivían varios de los empleados y empleadas de Chubascos, entre ellos Héctor y Ana Eugenia, dos de nuestros colaboradores que se quedaron sin casa. Ahí sí hubo lágrimas. Carlos y Mayra no pudieron contenerlas. Estaban consternados.
Seguíamos preocupados por Héctor. No sabíamos nada de él, tampoco de mis hermanos y sus familias.

Luis estaba bastante alterado, quería ir a su casa . Se fue caminando. Al ratito volvió tarnquilo porque su familia estaba bien. Se había encontrado a los chiquitos y a la esposa trepados en una lomita. A salvo. Llegó también blanca como un papel Carolina, la novia de Carlos. Nos contó de los derrumbes, de los destrozos de Dulce Nombre. Nos confirmó lo de las niñas. Lloraba. Yo intentaba hacer llamados a la calma.Carlos se comenzó a inquietar. Mientras tanto, ya habíamos visto que en el restaurante todo se había caído por dentro. Los enfriadores, las vajilas, las ollas, la cristalería, las botellas, todo…todo se había caído. Todos los vinos, no se podía caminar por dentro. Aquello era un desastre…y en al terraza además todo con restos de comida, ni qué decir en la cocina, donde el agua caliente de los baños maría también se había regado y de los tanques se salieron todos los picadillos, la carne, los plátanos…los tarros de natilla y salsas…un desastre de verdad. Algo que uno ni sabía como recogerlo. Se quebraron las vajillas, los vidrios, la cristalería. Casi todo.

En eso pasó una ambulancia que atendió el nervioso estado de la señora y un cruzrojista nos dijo que nos preparáramos para pasar la noche allí, ya que era una imprudencia bajar hacia Alajuela. Allí yo me puse a pensar que quedarse allí, en aquellas condiciones era deprimente, además iba a hacer mucho frío y no estábamos preparados…¿ y si llovía? Yo ni loca me iba a meter al restaurante porque seguía temblando… Mientras tanto los padres y madres de las amigas de Carlos Luis seguían llamando. Ya habían comenzado a pasar las noticias por la tele y se habían alarmado mucho. Le dije a Mayra que se fuera…que saliera a pie, que pidiera ride…me dijo que no, que ella se quedaba con nosotros, que sola no saldría, “que si se moría nos moríamos todos juntos”. A ratos el drama nos daba hasta risa. No imaginábamos la dimensión de lo ocurrido. Estábamos como en schock.

Nos debatimos largo rato entre salir o no salir. Pensamos salir a pie. Yo pensaba, tomaba una decisión, la decía en voz alta, y luego me cuestionaba también en voz alta. Nadie sabía qué decidir. Me resonaban las palabras del señor de la Cruz Roja. No sabía qué hacer. Le pedí a Carlos que nos fuera a dejar en el carro y se lo trajera. Luego nos dijeron que quizá por unas fincas podríamos salir. Decidimos ponerle unos manteles encima a las pocas botellas de vino que quedaban y dejar aquello así como estaba pero que cada personas hiciera lo posible para irse para su casa. Cada familia debía estar unida. La decisión fue dejar el restaurante solo. Sacamos algunas cosas de valor y las metimos en la casa del guarda. Saliendo nos contaron que podíamos quizá salir por unas fincas de helechos, por debajo de los saranes. Entonces me devolví a dejar a Carlos y un derrumbe no nos dejó pasar, eso lo sentí como un mensaje de que no debía devolverme más..rapidito encontramos otro carro para que le hiciera ride para que fuera a recoger a Carolina y a la moto y así comenzamos a manejar por entre la finca. Adelante iba el gringo, las muchachas y su chofer en un Mercedes Benz. Yo pensaba que por donde pasara el Mercedes yo iba a poder pasar, ya que mi carro es un automóvil Almera bajito. Y así, buscando entre verdaderos laberintos y a través de caminos de tierra llenos de piedras, derrumbs, ramas y huecos fuimos saliendo pegando la panza. El carro se me portó tan bien. Me impresionó.
Encontramos la salida en Dulce Nombre. Buscamos la casa de Carolina a buscar el teléfono ( que no servía) para ver si mi hermana Inti había subido a recogernos, como en algún momento lo habíamos hablado entendiendo que íbamos a bajar a pie, y aproveché para pedirle a la señora que me prestara el baño, tenía horas de estarme, además, orinando. Pasamos entre todo en el suelo, todo, todo en la casa estaba en el suelo…un ambiente terrible….la gente en la calle, la señora amablemente me dice que si y me abre la puerta del baño….allí nos dimos cuenta que un mueble de encima del inodoro había caído encima de él y no se podía entrar tampoco allí. Nos despedimos. La gente muy asustada, expectante. Todo el mundo en la calle.
Fueron como horas en que nadie sabía que hacer. Bueno, nosotros sí…nosotros queríamos bajar de allí, Llegar a Alajuela.

En el carro bajamos juntos Carlos Luis, Jimena, Ana Lucía , Mayra y yo. De camino divisamos un precioso arco iris. enorme. precioso, como a la altura de la Casa del Café, antes de llegar al negocio conocido como La Chaparrita.

Al ir bajando por Cuesta de Pilas yo iba pensando en aquellos guindos y viendo hacia arriba las montañas que sentía se podían caer en cualquier momento. Yo iba con mucho miedo pero seguía disimulándolo. Sentía el deber de mantener la tranquilidad. A esa altura, desde donde se puede ver una vista del Valle Central nos sorprendió el color del cielo: era ocre. Luego siento que quizá era tanto polvo, tanta tierra colorada que se había movido y que había levantado unas nubes de polvo de ese color…pero era como una capa espesa, amarillenta, detenida. Nada bonito. Sobrecogedor. Raro.

Al llegar a Alajuela nos recibieron con cariño Lucía, Maco, Inti, los chiquillos, las chiquillas de Camilo….la verdad cada abrazo lo dí como el más preciado. Los amo tanto, las amo tanto, sentí ese amor profundo por la gente de mi familia, tenía tantas ganas de verles la sonrisa. Fui al baño. Allí, en silencio, sola, lloré por primera vez. Me solté. Necesitaba llorar.

Luego conté cómo había quedado aquello. Camilo llegó muy nervioso a recoger a sus hijas, que viven a la par, ya ellas nos habían contado cómo el terremoto les había cogido en el Volcán Poás, y cómo su papá había bajado cortando ramas y sorteando grietas y derrumbes de la carretera. Ellos lograron salir por San Pedro de Poás, por el mismo camino por el que mi otro hermano Manuel y su familia subieron , ya que estaban ese día en la Isla Venado en el Golfo de Nicoya de Vacaciones. El negocio de ellos, Jaulares, también quedó con muchos destrozos y la casa que habitan, a la par, también. Camilo no queria que sus hijas vieran por la tele las noticias. No quería que se asustaran más de la cuenta.

Desde ese día, he llorado muchas veces. Son llantos raros, rápidos, que así como vienen se van, surgen de repente, sin ton ni son, y en cualquier momento y lugar. Desde hace dos semanas por todo lloro.

Fui a dejar a las muchachas a las casas. A Los Arcos y a Rohrmoser, cuando llegamos a nuestra casa, fue el cielo. Acá no había pasado nada. Solo se habian caído unos discos. Carlos Luis los juntó. Yo me sentí felíz de estar aquí. Este es nuestro hogar y acá tenemos cama y protección.
Todavía yo ni me podía imaginar que tanta gente se había quedado sin casa. Mucho menos sabía de tantos muertos ni toda la destrucción de Cinchona, Varablanca y Carrizal.
Al día siguiente pasaron más cosas. Intentaré seguir el relato mañana.
Luego seguiré.

PERO ESTO NO ES NADA A LA PAR DE ESTO OTRO.
Fuente: Julia Ardón.