sábado, 31 de enero de 2009

14.Ene
Terremoto: El relato de los sobrevivientes del hotel

Este post está basado en el testimonio de sobrevivientes del terremoto que se encontraban laborando en el hotel Waterfall Gardens.

A la 1:21 PM del pasado jueves los empleados del hotel escucharon un estruendo seguido por un ruido continuo, mientras se caían las montañas, incluyendo la que estaba bajo sus zapatos. Era imposible mantenerse en pie. La mayoría de los turistas estaban en el comedor y un grupo importante de empleados estaba almorzando. Gritos, carreras, cosas que caían, gente que intentaba incorporarse, petrificados y embarrados de comida. Uno a uno fueron llegando a la explanada.

Abordaron los carros y busetas para irse de aquel lugar que antes del almuerzo era montañoso y ahora lucía "como si le hubieran pasado el arado". El viaje de retirada llegó a los 200 metros porque las dos rutas (hacia Vara Blanca y San Miguel) cayeron con la montaña. En cuestión de segundos el hotel se volvió a llenar de turistas que no pudieron ponerse a salvo.

A los 10 minutos apareció un bombero. Los empleados se sorprendieron por la rapidísima respuesta de los cuerpos de socorro. Cuando notaron que no llegaban los demás ni se escuchaban sirenas se percataron que el señor estaba con ellos desde antes del terremoto. Era un bombero voluntario que sacó de su carro el casco y el chaleco para ponerse al servicio de los demás. Este señor, junto a un guía con experiencia del terremoto de Limón, son parte de los héroes anónimos de la tragedia. Dieron palabras de calma en medio de las fuertísimas réplicas que se sentía cada 5 minutos. Contuvieron emocionalmente al grupo en medio de una incertidumbre de vida o muerte.

En el transcurso de minutos u horas (dificil precisar cuándo ocurrieron los hechos) salieron los turistas y guías de lo que quedó de los senderos. Entre llanto, raspones, cortaduras y confusión narraron que debajo del terraplén estaba un "gringuito gordo" que se había quedado de último en la retirada.

Con poca señal de celular empezaron a tener retazos de información; que se había dado un terremoto, que había desaparecido San Miguel de Sarapiquí, que una cabeza de agua destruyó un pueblo, etc. En medio de las réplicas vieron pasar un helicóptero de televisión, hicieron señales para que las autoridades enviaran ayuda.

Un turista seriamente herido, al ver que la tarde se apagaba, contrató un helicóptero para que lo rescatara. Llegó su pronto auxilio con la oferta "Vara Blanca-San José" por $1400. Hubo suficientes clientes para tres o cuatro viajes más.

Al caer la noche el bombero recomendó hacer una comida liviana. Los empleados abrieron las bodegas para que los bocadillos quedaran a disposición de los refugiados. Ese fue uno de los momentos más desordenados ya que hubo turistas que tomaron botellas de vino y hasta souvenirs de la tienda. También no faltó quien acaparara comida previendo estar en medio de la nada y a las puertas de una hambruna tercermundista. La incertidumbre era mucha y el asombro por la ayuda que no llegaba era mayor.

Con plásticos improvisaron tiendas de acampar. Del taller sacaron maderas e hicieron fogatas para tratar de calentarse. El frío fue horroroso, solo superado por los temblores constantes y el miedo de que la explanada también se "licuara" de tanta traqueteada.

Unos turistas "se rarificaron". No quedó claro -ni fue de interés averiguar- si era una reacción de estrés aguda, mezcla de licores, síntomas de hipotermia o si hicieron un viaje sin helicóptero gracias a la ayuda de alguna sustancia. Aunque lucían extraños no molestaron ni se metieron con nadie.

A las 10 de la noche llegó don Lee, el dueño, luego de atravesar a pie las montañas desde Vara Blanca. Había dado un vueltón desde la Fortuna para ver cuál era la situación de sus empleados, clientes y hotel. Carlos Ricardo, el ministro de turismo, le había prometido rescate aéreo.

A medianoche la situación se complicó más porque empezó a llover. Muchos reforzaron sus abrigos con bolsas plásticas. Los debates sobre el rescate estaban candentes, que el ministro prometió, que las autoridades vieron por tele que estamos atrapados, que salir a pie es suicida, que nos van a dejar tirados. Para propios y ajenos era inaceptable que solo pagando se pudiera salir de ahí.

Había corrido la noticia de que la prioridad eran los damnificados de Cinchona y los turistas, luego los empleados. Estos últimos hicieron números de que seguir esperando el rescate podría significar salir el sábado, estar con menos raciones y entre montañas movedizas. Además alguien dijo que escuchó el aullido del coyote (la gente de la fábrica el Ángel reporta lo mismo).

Apenas calentó el día, a las 7 de la mañana y sin haber dormido un minuto, la mayoría de los empleados decidieron autorescatarse caminando por las frágiles montañas acompañados por un grupo pequeño de turistas que ya no creyeron más en el rescate aéreo. Tenían mucho miedo porque no paraba de temblar y en cualquier momento todo se podía desarmar otra vez. De camino se toparon con un grupo de rescate que iba hacia el hotel.

Era una caminata silenciosa. Pasaron por la que fue la casa de una pareja de compañeros. Estaba destruida. Los que eran de Cinchona sabían que eran damnificados. Uno de ellos se enteraría horas más tarde que su esposa e hijos estaban muertos.

En Vara Blanca se toparon con la mano solidaria del pueblo. Señores que ofrecían agua, galletas, un abrazo y transporte sin cobrar. Gracias a esas personas pudieron llegar a sus casas o al albergue para damnificados.

Por cierto, la mayoría de los turistas que se quedaron esperando el helicóptero tuvieron que caminar para salir de la montaña. Solo un grupito de turistas y empleados se quedó hasta el final y salieron en helicóptero.

Fuente: Ciencia Ficción con Julio Córdoba