jueves, 11 de octubre de 2012

“Propaganda por los hechos” y métodos terroristas


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El martes 9 de octubre se realizó en Costa Rica la movilización “fotocopiando para estudiar”. El objetivo de la movilización era oponerse al veto presidencial a un proyecto de ley que garantizaba la posibilidad de fotocopiar textos con fines educativos. El veto presidencial es sin duda parte de la aplicación del Tratado de Libre Comercio y de las leyes de propiedad intelectual contenidas en este tratado.
La movilización agrupó a miles de estudiantes de las 5 universidades públicas del país. Esta marcha multitudinaria fue mal lograda gracias a la “acción espectacular” de grupos anarquistas y ultraizquierdistas. Estos hechos hacen necesario desempolvar una vieja discusión dentro de las organizaciones de izquierda y el movimiento obrero, a saber: ¿cuál debe ser nuestra posición sobre las acciones espectaculares, la propaganda “por los hechos” y los métodos terroristas de pequeños grupos “anarquistas”? y ¿Cuál es el método más efectivo de lucha para derrotar a los planes de la oligarquía y el  imperialismo?
La posición marxista sobre la violencia y el terrorismo. Estamos ante una vieja discusión. La oposición de los marxistas al método del terrorismo individual, de la propaganda “por los hechos”, no surge de ninguna aversión pacifista, moralista o ética hacia la violencia en cualquier situación, ni de ilusiones reformistas sobre la posibilidad de una revolución social pacífica.
El Estado a través de la historia siempre ha tenido como instituciones neurálgicas al ejército, la policía, y las cárceles. De esta forma, la burguesía como la clase social dominante mantiene su status quo y defienden la propiedad privada sobre los medios de producción.
La destrucción del orden social imperante sólo será posible mediante una insurrección armada de las grandes masas populares. Esta perspectiva estratégica del marxismo, hace que constantemente la burguesía acuse a los partidos revolucionarios marxistas de ser “terroristas”. Esto es lógico pues “para ellos (los burgueses), el método principal del terrorismo es la huelga. La amenaza de una huelga, la organización de piquetes de huelga, el boicot económico a un patrón súper explotador, el boicot moral a un traidor de nuestras propias filas: todo esto y mucho más es calificado de terrorismo. Si por el terrorismo se entiende cualquier acto que atemorice o dañe al enemigo, entonces la lucha de clases no es sino terrorismo. Y lo único que resta considerar es si los políticos burgueses tienen derecho a proclamar su indignación moral acerca del terrorismo proletario, cuando todo su aparato estatal, con sus leyes, policía y ejército no es sino un instrumento del terror capitalista” (León Trotsky, Contra el Terrorismo).
El terrorismo puede ser una táctica militar exitosa si forma parte de una actividad de las masas. A veces los trabajadores tienen que tomarse una empresa, e imponer el “terror” a la patronal, para conseguir sus objetivos. El problema central sigue siendo diferenciar el terrorismo individual y la propaganda por “los hechos”, de las diferentes tácticas que pueden surgir en determinado momento.
Para Vladimir I. Lenin “el marxismo admite las formas más diversas de lucha; además, no las “inventa”, sino que generaliza, organiza y hace conscientes las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen por sí mismas en el curso del movimiento. El marxismo, totalmente hostil a todas las fórmulas abstractas, a todas las recetas doctrinarias, exige que se preste mucha atención a la lucha de masas en curso que, con el desarrollo del movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas y la agudización de las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos métodos de defensa y ataque.” (Sobre la Guerra de Guerrillas).
El terrorismo y la propaganda por “los hechos”: reflejo de las formas primitivas de la lucha de clases. En Europa, cuna del socialismo, podemos observar que en sus orígenes las organizaciones del naciente movimiento obrero estuvieron ligadas a actos de terror individual y/o destrucción desesperada, antes que la acción colectiva de los obreros en contra del gran capital, pudiera demostrar en la práctica la eficacia de la lucha política y económica de masas. El primer instinto o reacción natural de los obreros y pequeños propietarios, que eran lanzados a la ruina creciente por la competencia del gran capital, hacia la miseria y la mendicidad, fue responder con actos desesperados de ira.
En una primera etapa reaccionaron destruyendo la maquinaria o atentando individualmente contra los patronos y capataces. Los artesanos proletarizados y los semiproletarios “no se contentaban condirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.” (Karl Marx, El Manifiesto Comunista). Estas acciones fueron conocidas como “ludismo” durante el siglo XVIII en Inglaterra.
Por lo tanto, el terror individual y la propaganda por “los hechos” representa una etapa arcaica de la lucha por la emancipación del proletariado que refleja fundamentalmente la desesperación del pequeño propietario arruinado y el lumpemproletariat, incapaces ambos de entender la fuerza natural que posee el proletariado.  Esta fue en un cierto sentido una etapa necesaria e inevitable de la lucha de clases.
Posteriormente, en el siglo XIX, el movimiento obrero entendió que mediante las huelgas, y la lucha organizada y colectiva era posible hacer retroceder el poder del gran capital y del Estado burgués, lo que se tradujo en el desarrollo de las grandes asociaciones sindicales y la obtención de importantes victorias políticas y económicas.
¿Cómo y por qué los marxistas se han opuesto al terrorismo y a la propaganda por “los hechos”? Marx y Engels libraron una importante pelea política en contra de la concepción de que la toma del poder por el proletariado era posible mediante un golpe espectacular de una pequeña minoría de conspiradores.
La principal batalla teórica y política la libraron contra Bakunin y los blanquistas que consideraban que para transformar la sociedad, los grupos revolucionarios debían privilegiar las acciones técnicas y militares.
Este fue el centro de la discusión de Engels contra la táctica del blanquismo(1), de quienes decía eran “educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida disciplina que estaescuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, sería capaz de sostenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al puñado de caudillos.” (Federico Engels, Literatura de Emigrados)
Hacia finales del siglo XIX, con la estabilidad política que produjo el desarrollo del capitalismo europeo, surgieron grandes aparatos socialdemócratas (2) y con ellos una poderosa aristocracia obrera conservadora. Así se empezaron a fortalecer las tendencias anarquistas dentro de algunos sectores que reivindicaban la “propaganda por los hechos”. En oposición al conservadurismo de la dirigencia obrera, algunos consideraban que “bomba en mano” y dispuestos a acabar con un ministro o presidente en cualquier momento, era como se iba a producir una “excitación” entre las masas. Estos hechos eran normalmente ejecutados por un individuo o en el mejor de los casos por pequeñísimos organizaciones de terroristas.
En la historia encontramos impresionantes atentados terroristas. En 1881 el grupo terrorista Narodnaia Volia (3) asesinó al zar Alejandro II. En 1894 fue ejecutado un presidente en Francia, en 1898 fue ejecutada la emperatriz de Austria, en 1909 fue asesinado el rey de Italia, y en 1901 fue asesinado el presidente norteamericano McKinley. Ninguno de estos atentados terroristas produjo la revolución social en estos países.
De esta forma se generó una falsa dicotomía entre la acción política legal parlamentaria y la lucha armada e insurreccional, pues tanto la socialdemocracia oportunista como el anarquismo eran igualmente incapaces de combinar ambos métodos de manera revolucionaria y elevaban un procedimiento unilateral a estrategia y a doctrina, reflejando ambos la presión de las concepciones pequeño burguesas dentro del movimiento obrero.
Este era el argumento rector de los socialdemócratas revolucionarios en contra del anarquismo: “Los profetas anarquistas de la “propaganda por los hechos” pueden hablar hasta por los codos sobre lainfluencia estimulante que ejercen los actos terroristas sobre las masas. Las consideraciones teóricas y la experiencia política demuestran lo contrario. Cuanto más “efectivos” sean los actos terroristas, cuanto mayor sea su impacto, cuanto más se concentre la atención de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en organizarse y educarse. Pero el humo de la explosión se disipa, el pánico desaparece, un sucesor ocupa el lugar del ministro asesinado, la vida vuelve a sus viejos cauces, la rueda de la explotación capitalista gira como antes: sólo la represión policial se vuelve más salvaje y abierta” (León Trotsky, Contra el Terrorismo)
Cuando en 1905, estalla la primera revolución Rusa y vuelve a ponerse al orden del día la lucha política de masas, fundamentalmente a través de la huelga general que se transforma en insurrección, los dirigentes oportunistas de la socialdemocracia, siguieron defendiendo la “vieja táctica probada” de crecimiento progresivo del espacio parlamentario, mientras que los llamados de la izquierda socialdemócrata, en el  sentido de la necesidad de las acciones revolucionarias de masas, fueron vetados como desvaríos de socialistas de pequeños países sin tradición parlamentaria.
No fue hasta 1917-1921, luego que los bolcheviques tomaran el poder en Rusia e impusieran el primer gobierno obrero en el mundo, que en medio de la guerra civil rusa se pudo demostrar de manera práctica en un enorme laboratorio de la lucha de clases, la posición teórica del marxismo acerca de la violencia revolucionaria. Trotsky, el comandante del Ejército Rojo, hacía una distinción fundamental entre el terrorismo individual y el terrorismo revolucionario que las masas soviéticas oprimidas tuvieron que emplear contra sus opresores, en respuesta al despliegue de terror contrarrevolucionario desatado por los 14 ejércitos imperialistas que invadieron la naciente República Socialista.
Conclusión. Los marxistas revolucionarios nos oponemos a elevar como estrategia permanente de lucha las acciones espectaculares de reducidos grupos, porque comprendemos que son básicamente impotentes como estrategia para cambiar las estructuras sociales, no sirven para aumentar la movilización social e imponer en la conciencia de las grandes mayorías la necesidad de un gobierno de los trabajadores y los oprimidos.
Estas acciones no pueden eliminar o “asustar” más que a miembros individuales de la clase dominante y no a la propia clase dominante; las “acciones espectaculares” intentan sustituir la movilización revolucionaria de las propias masas con las proezas técnicas y el “valor” de un pequeño grupo que impone sus métodos a la gran mayoría del movimiento que jamás discutió la pertinencia de estas acciones, pero que tiene que pagar, “justos por pecadores”, los resultados indeseados de estas “proezas”.
No importa cuánto quieran los anarquistas ligar sus proezas al movimiento de masas y a la lucha de clases, la necesidad de la más estricta clandestinidad, y los esfuerzos que implica la preparación de las acciones espectaculares obligan inevitablemente a los anarquistas a abandonar y menospreciar todo el trabajo agitativo y organizativo de preparación en el seno de la clase obrera y el movimiento de masas, que requiere toda acción de masas digna de tal nombre.
Como señala atinadamente León Trotsky: “Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente “porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión”. Nos oponemos a los atentados terroristas porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que nos debe saldar el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a un funcionario llamado ministro.
Aprender a considerar los crímenes contra la humanidad, todas las humillaciones a que se ven sometidos el cuerpo y el espíritu humanos, como excrecencias y expresiones del sistema social imperante, para empeñar todas nuestras energías en una lucha colectiva contra este sistema: ése es el cauce en el que el ardiente deseo de venganza puede encontrar su mayor satisfacción moral”
Notas
(1) Seguidores del revolucionario francés Auguste Blanqui.
(2) No debemos olvidar que en esta época tanto los oportunistas como los revolucionarios en todo el mundo, siguiendo la concepción de “una clase, un partido”, militaban en los mismos partidos, en los Partidos Socialdemócratas afiliados a la II internacional. Dentro de ellos existían alas izquierdas, como los bolcheviques en Rusia o los espartaquistas en Alemania, los cuales se separarían de los oportunistas luego de que estos apoyaron la masacre de la I Guerra imperialista y esta ala izquierda revolucionaria de la socialdemocracia sería la base de los futuros Partidos Comunistas y de la III Internacional, en su época revolucionaria.
(3) Organización terrorista rusa, que reivindicaba al campesinado como sujeto social de la revolución y las acciones terroristas como la táctica privilegiada de lucha.

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