Marxismo, Realidad Nacional — 13/10/2012 9:47 AM
Autor: Roberto Herrera
La propaganda por “los hechos” realizada por grupos anarquistas el martes 9 de Octubre al finalizar la marcha “fotocopiando para estudiar”, ha producido tres “campos” entre el activismo social: 1) quienes han salido a defender la validez estratégica de esta acción; 2) quienes como el autor de estas líneas nos oponemos a esta estrategia y; 3) un “tercer campo” que puede estar de acuerdo o no con la acción, pero no le gusta que “se condenen los métodos” o se deslinde responsabilidades políticas por los hechos.
David Eduarte, es parte del grupo de escritores de Paquidermo y ha elaborado un hermoso texto, que sin duda alguna ubicaríamos en el “tercer campo”, intentaremos debatir con él, reconstruyendo conceptualmente los argumentos políticos del autor.
Escribe Eduarte: “que cada vez que algún anarquista decide taparse la cara e ir a una manifestación debo escribir algo al respecto”. Para el autor, la condena sistemática del anarquismo por los medios de comunicación y por las organizaciones políticas de izquierda, sería un síntoma de moralina por un lado, y por otro de una cultura de “moderación, verticalidad y paternalismo” costarricense. Eduarte construye un concepto/metáfora para caracterizar esta cultura totalitaria: “los ojos de Gary Gilmore”.
Es la mirada asesina que se esconde detrás del buen ciudadano y de la vida normalizada, es el trasfondo totalitario que se esconde detrás de la personalidad autoritaria de los buenos ciudadanos normales.
Los ojos de Gary Gilmore, serían la cultura política de la ciudadanía y los sectores populares costarricenses: “desde principios del siglo pasado, pasando por las reformas sociales de la década de 1940 y la instauración de la segunda república, y hasta nuestros días”.
La izquierda costarricense se habría constituido socio históricamente con los ojos de Gilmore: “Acá nunca existió el Partido Comunista, ni hubo sindicatos anarquistas, existió Vanguardia Popular, trabajadores honestos amigos del Dr. Calderón y de Monseñor Sanabria, desprovistos de toda carga ideológica radical, un “comunismo a la tica” que no era violento, sino civil, que no tenia protestas sino desfiles de primero de mayo. Claro, a la espera de una central obrera como la Rerum Novarum que los sacará de las garras de la violencia y el ateísmo y los llevara por el sendero de la cooperación patronal y la moderación”.
Los ojos Gary Gilmore, hacen que: “los mismos sectores que romantizaron en algún momento la “Primavera Árabe”, el EZLN o las protestas europeas en general cuando ven el mismo encapuchado frente a la Asamblea Legislativa de su país piden a gritos que la policía se los lleve y, ojalá, los encarcele”.
El autor concluye: “Me pregunto qué harían si algún día despiertan y sienten que algo no anda bien, la gente los mira asustados y señalan a su oficial de policía más cercano que están ahí, me pregunto qué harían si un día de estos despiertan con los ojos enojados” . La referencia conecta indudablemente con el famoso poema de Martin Niemöller: Cuando los nazis vinieron.
El texto además de lo bien escrito que está, tiene dos puntos fuertes. El primero, la caracterización de la cultura política costarricense como vertical y autoritaria, no como un fenómeno reciente, sino desde hace muchos años. No es que hubo una Costa Rica buena, solidaria y pacífica, que “los neoliberales nos arrebataron”, no. La Costa Rica liberal, desarrollista y neoliberal, comparte la misma cultura política autoritaria de verticalidad y de impunidad, y en esa cultura se enmarcan todos los “grandes caudillos” de izquierda y derecha y sus respectivas genealogías (Mora, Figueres, Calderón, etc.).
El segundo aspecto interesante es la denuncia de la sensibilidad autoritaria y la cultura de la delación y la paranoia, que hace parte, como señalara Adorno, de la cultura del capitalismo cultural tardío.
Dicho esto, el problema que veo en el texto de Eduarte, es que comprende la política básicamente como un espectáculo, no es la mirada de quien se ve y quien se sabe parte de un cuerpo de verdad, de una verdad militante, como diría Alain Badiou.
Las acciones de lucha, no son pensadas por Eduarte como una serie de acontecimientos con el objetivo de vencer, sino que aparecen en el marco de una multiplicidad de malestares y deseos. Cada quien puede o no protestar como mejor lo tenga a bien y nadie podría criticarlo, sólo podríamos respetar y tolerar esa manifestación de deseo y de rabia como igual y equivalente a cualquier otra. Da lo mismo un volante que un mortero, y como el mortero es más novedoso y espectacular, por allí es mejor el mortero.
Para Eduarte, la irritación que produce en la esfera pública esta “acción espectacular”, es producto de la moralina o de la sensibilidad totalitaria, y la izquierda sería también víctima de ello.
Esta opinión la estimo equivocada, la aversión de quienes como yo nos oponemos a la propaganda por “los hechos” es porque justamente empequeñece la necesaria autoactividad de los sectores populares en su proceso de liberación. Marx señalaba que: “la emancipación de los trabajadores sería obra de los trabajadores mismo”, si la libertad humana viene de la mano de estas acciones técnicas espectaculares, ¿para qué organizarse?, ¿para qué programa político?, ¿para qué las vidas dedicadas día a día a la lucha cotidiana? Lo único que faltaría es un buen y heroico espectáculo, como en V de Vendetta. Pero la vida, y sobretodo la vida política, no es una película.
Para los que simpatizan vergonzantemente con las acciones del martes, la “toma de la Asamblea” es uno más de los espectáculos que pudieron haber ocurrido, algunos mejores otros peores, pero al igual que en el teatro o el cine, los actores no son responsables por una mala obra.
Pero si uno no entiende la política como un espectáculo, sino como una guerra, la pregunta es: ¿Esta acción nos ayuda a vencer o no? ¿Nos acerca a la victoria o no? Mi respuesta categórica es que no, es que esta es una estrategia para ser derrotado y lo más honesto que se puede hacer es decirlo con claridad.
¿Por qué es tan importante saber si uno quiere ver un espectáculo o tener una victoria? Justamente porque la cultura de verticalidad, impunidad e hipocresía que Eduarte denuncia, no es producto de una estructura profunda del ser costarricense, ni de un devenir necesario de la historia nacional, como parece presentarlo Eduarte. Mi opinión es que la cultura de verticalidad es también la cultura de la derrota y de la sumisión, es producto de una serie de derrotas políticas sufridas por los sectores populares, derrotas que combinaron aplastamiento físico con cooptaciones políticas, no sólo de comunistas y sindicalistas, sino también de anarquistas.
La cultura de la verticalidad, los ojos de Gilmore son producto de muchas derrotas. De la derrota que significó la reincorporación de los anarquistas Joaquín García Monge, “Billo” Zeledón y Omar Dengo a los aparatos ideológicos educativos del Estado costarricense y por esa vía al panteón de los patriarcas liberales y a la cultura pedagógica de sumisión. Es la derrota del radicalismo político de los primeros años de los comunistas costarricenses, la derrota de Rómulo Betancourt y de la huelga de 1934, reabsorbida en la cultura de paz y verticalidad en la forma de comunismo “a la tica”. Es la eliminación y persecución del 80% de los sindicatos clasistas, comunista que efectuó José Figueres Ferrer en los 18 meses de su dictadura personal. Es la cultura del solidarismo que se impuso por la violencia y el engaño en las bananeras y las industrias.
Existe una cultura de impunidad en Costa Rica, porque hemos sido derrotados en la lucha por el juicio y castigo de los asesinos materiales e intelectuales de los mártires del Codo del Diablo, de los luchadores campesinos de la Zona Sur, de los ecologistas radicales, de la “Familia”, etc.
He dejado claro que mi aversión a la propagando por “los hechos” no es producto de la conciencia moral o de la aversión a la violencia política. Es producto de mí aversión a la derrota política, militar y cultural que la izquierda costarricense ha sufrido por años en este país, derrota que es más intensa en la medida que se vive como un triunfo y una herencia “buena”.
Es por ello que en general los socialistas preferimos la victoria al espectáculo.
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