La minúscula república de Nauru fue uno de los países más ricos del mundo en los años 80, gracias a sus yacimientos de fosfato. Hoy, es un desguace a cielo abierto...
David González | lainformacion.com | 18-10-2011 a las 12:43 | 436 lecturas
En los años 70, el mundo estaba sumido en la crisis del petróleo. Mientras esto ocurría, en una pequeña isla del Pacífico de 21 kilómetros cuadrados, cada familia disponía de al menos siete coches. Cuando un todoterreno se averiaba, o pinchaba una rueda, el propietario lo abandonaba en la cuneta. Luego, se compraba otro vehículo.
Es una anécdota que rememora aquella realidad de opulencia que rodeaba Nauru, un pequeño islote de Oceanía, cuya rica economía provenía única y exclusivamente de la exportación de sus yacimientos de fosfato. Este mineral, usado como abono industrial por las potencias agrícolas, fue su principal fuente de dólares entre las décadas de los 70 y 80.
El periodista Luc Folliet narra en su libro Nauru. La isla devastada cómo esta pequeña república del Pacífico logró convertirse en uno de los países más ricos del mundo hasta caer a los infiernos de la bancarrota y la pobreza.
Folliet nos adentra en los años de opulencia extrema en los que la isla ganaba 120 millones de dólares anuales y su renta per capita era de 20.000 dólares por habitante. Es entonces cuando el Estado tutela toda la economía del país y regala a los ciudadanos un estilo de vida hiperconsumista.
Los nauruanos no tenían que levantarse para trabajar. Las minas de fosfato seguían a pleno rendimiento, gracias a los trabajadores chinos. El Gobierno repartía las divisas y exime a sus ciudadanos de impuestos. También inviertía ingentes cantidades de dinero en inmuebles enMelbourne (Australia). Los nauruanos emulaban un modelo consumista desaforado.
Era tal el poder de los fosfatodólares que incluso este pequeño islote del Pacífico, que celebraba con fiesta nacional el nacimiento de su habitante 1.500, contaba con aerolínea estatal propia con vuelos a Japón y Australia. Sin embargo, el maná del fosfato dejó de ser eterno.
Luc Folliet nos cuenta en su libro cómo, cuándo y por qué Nauru comenzó su dura caída a los infiernos del capitalismo. El despilfarro del Estado, las corruptelas políticas y la falta de previsión de una economía alternativa al fosfato llevó a la isla hacia la bancarrota. Las minas se secaron y el impacto medioambiental era evidente: Nauru era un hueco a cielo abierto. En los años 90, los bancos de inversión internacionales eran ya los principales acreedores de la repúbica. Sus políticos tampoco quisieron ver la realidad.
Mientras los nauruanos pescaban para sobrevivir, una delegación del Gobierno acudía aLondres para el estreno de una función de teatro que habían apadrinado con millones de dólares. La obra fue un fracaso. Otro dispendio más. Los presidentes sucesivos buscaron alternativas económicas.
Entre las geniales ocurrencias, el libro de Folliet nos repasa que Nauru se convirtió en uno de los principales paraísos fiscales del mundo. En su territorio, existían bancos fantasma para el blanqueo de dinero, incluso del terrorismo islámico. Cuando la presión internacional dejó a Nauru fuera del mapa fiscal, lo peor estaría por venir.
En 2001, un carguero noruego rescató un barco de inmigrantes asiáticos que intentaban llegar a Australia. El gobierno australiano se opuso y convenció con dólares a Nauru de crear en la isla varios centros de refugiados. Australia pasó de importar fosfato a alquilar a los nauruanos su suelo para estos centros de reclutamiento, centros en los que hasta principios de la década de 2000 tan sólo vivían… ¡dos refugiados políticos!
La historia de Nauru que nos relata Luc Folliet podría ser una buena metáfora para países cuya economía depende de una sola fuente de riqueza. Así lo comenta en su libro el periodista de investigación.
“Nauru quedará como uno de los grandes desastres económicos, ecológicos y humanos del siglo XX. Países como Dubai [con sus petrodólares invertidos en construcciones inmobiliarias faraónicas] no parecen haber comprendido las lecciones de esta larga historia ”, escribe Folliet.
Y los efectos de este consumo desaforado, despilfarro y falta de planificación económica también resuenan en las palabras de Kairo, pescador nauruano, declaraciones que Folliet recoge en su ensayo.
“Existía la sensación de que nada podía suceder. El dinero manaba a borbotones. Vivíamos en una especie de burbuja. Jamás habíamos pensado caer tan bajo”, dice Kairo.
Es una anécdota que rememora aquella realidad de opulencia que rodeaba Nauru, un pequeño islote de Oceanía, cuya rica economía provenía única y exclusivamente de la exportación de sus yacimientos de fosfato. Este mineral, usado como abono industrial por las potencias agrícolas, fue su principal fuente de dólares entre las décadas de los 70 y 80.
El periodista Luc Folliet narra en su libro Nauru. La isla devastada cómo esta pequeña república del Pacífico logró convertirse en uno de los países más ricos del mundo hasta caer a los infiernos de la bancarrota y la pobreza.
Folliet nos adentra en los años de opulencia extrema en los que la isla ganaba 120 millones de dólares anuales y su renta per capita era de 20.000 dólares por habitante. Es entonces cuando el Estado tutela toda la economía del país y regala a los ciudadanos un estilo de vida hiperconsumista.
Los nauruanos no tenían que levantarse para trabajar. Las minas de fosfato seguían a pleno rendimiento, gracias a los trabajadores chinos. El Gobierno repartía las divisas y exime a sus ciudadanos de impuestos. También inviertía ingentes cantidades de dinero en inmuebles enMelbourne (Australia). Los nauruanos emulaban un modelo consumista desaforado.
Era tal el poder de los fosfatodólares que incluso este pequeño islote del Pacífico, que celebraba con fiesta nacional el nacimiento de su habitante 1.500, contaba con aerolínea estatal propia con vuelos a Japón y Australia. Sin embargo, el maná del fosfato dejó de ser eterno.
Luc Folliet nos cuenta en su libro cómo, cuándo y por qué Nauru comenzó su dura caída a los infiernos del capitalismo. El despilfarro del Estado, las corruptelas políticas y la falta de previsión de una economía alternativa al fosfato llevó a la isla hacia la bancarrota. Las minas se secaron y el impacto medioambiental era evidente: Nauru era un hueco a cielo abierto. En los años 90, los bancos de inversión internacionales eran ya los principales acreedores de la repúbica. Sus políticos tampoco quisieron ver la realidad.
Mientras los nauruanos pescaban para sobrevivir, una delegación del Gobierno acudía aLondres para el estreno de una función de teatro que habían apadrinado con millones de dólares. La obra fue un fracaso. Otro dispendio más. Los presidentes sucesivos buscaron alternativas económicas.
Entre las geniales ocurrencias, el libro de Folliet nos repasa que Nauru se convirtió en uno de los principales paraísos fiscales del mundo. En su territorio, existían bancos fantasma para el blanqueo de dinero, incluso del terrorismo islámico. Cuando la presión internacional dejó a Nauru fuera del mapa fiscal, lo peor estaría por venir.
En 2001, un carguero noruego rescató un barco de inmigrantes asiáticos que intentaban llegar a Australia. El gobierno australiano se opuso y convenció con dólares a Nauru de crear en la isla varios centros de refugiados. Australia pasó de importar fosfato a alquilar a los nauruanos su suelo para estos centros de reclutamiento, centros en los que hasta principios de la década de 2000 tan sólo vivían… ¡dos refugiados políticos!
La historia de Nauru que nos relata Luc Folliet podría ser una buena metáfora para países cuya economía depende de una sola fuente de riqueza. Así lo comenta en su libro el periodista de investigación.
“Nauru quedará como uno de los grandes desastres económicos, ecológicos y humanos del siglo XX. Países como Dubai [con sus petrodólares invertidos en construcciones inmobiliarias faraónicas] no parecen haber comprendido las lecciones de esta larga historia ”, escribe Folliet.
Y los efectos de este consumo desaforado, despilfarro y falta de planificación económica también resuenan en las palabras de Kairo, pescador nauruano, declaraciones que Folliet recoge en su ensayo.
“Existía la sensación de que nada podía suceder. El dinero manaba a borbotones. Vivíamos en una especie de burbuja. Jamás habíamos pensado caer tan bajo”, dice Kairo.
http://noticias.lainformacion.com/arte-cultura-y-espectaculos/literatura/el-apocalipsis-del-capitalismo-ya-ocurrio-en-una-isla-del-pacifico_t1r1gmcekljxqkun9bq491/
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Fuente: Kaos en la Red.
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